Tras el cierre megauplod inició una nueva ‘guerra cibernética’: algunas páginas web de descargas gratuitas de todo el mundo han quedado enla mira del FBI y están en riesgo de correr la misma suerte.
En el caso de Argentina, la agencia estadounidense tiene en la mira a Taringa, una red social dedicada al intercambio de contenidos y que tiene seis millones de visitas diarias, y a Cuevaza, un sitio web con un archivo disponible de películas y series.
¿De qué se trata esta nueva guerra cibernética?
Para los numeroso usuarios estos portales son una especie de ‘Robin Hoods’ modernos que roban material a superempresas para permitir el libre acceso a los internautas. Ahora esa información ha quedado bloqueada o hay que pagar sumas importantes para poder descargarla.
“La sensación que queda es que ya no se va a poder ver televisión o series por internet”, consideró Irina Sternik, periodista especializada en Informática. “No solamente Megaupload fue dado de baja, sino que todos los sitios similares, por precaución, dieron de baja todos los servicios que tenían incentivo económico para los usuarios. Entonces se genera un efecto de pánico en toda la competencia”, lamentó Irina.
“¡Piratéame toda!”
Lo llamativo es que aunque los servicios de seguridad norteamericanos actúan supuestamente para proteger a músicos, artistas, directores de cine y compañías afectadas en sus derechos de autor, no todos son partidarios de esta “justicia global”. Por ejemplo, el escritor brasileño ha invitado a descargar libremente sus libros en internet. También hay cineastas que estrenan sus películas en la red y cantantes que impulsan su música vía web.
Así, la joven cantante argentina Denise Murz tuvo éxito gracias a, como dice ella, “tirar” sus canciones al ciberespacio. Su álbum se llamó, precisamente, ‘Piratéame toda’. “Al principio era una novedad, incluso había músicos que nos decían ‘¡No hagan eso! ¡No regalen su música!’ Era como abrir una ventana y tirar el disco al mundo, a ver qué volvía”, explicó.
¡Y la fórmula de Denise Murz funcionó! Sus discos tuvieron más de 50.000 descargas en un año y la artista ganó una rápida popularidad que le permitió hacer concurridos shows en vivo en toda la Argentina e incluso en Nueva York.
Vía Libre
Una situación parecida ocurre con los programas de computación que los usuarios subían a Megaupload. Pero las acciones judiciales han edificado un muro que ha dejado en el pasado esta posibilidad. Una barrera que más bien será penetrable ya que no se puede impedir el intercambio irrestricto de bienes y servicios, incluso el software libre, opinan algunos analistas. Enrique Chaparro, de la Fundación Vía Libre, consideró que la aparición de medios más sencillos de copia y distribución de la información en manos del público en general significa una crisis para los que tienen los monopolios sobre la distribución. “¡Esto es lógica económica! Me guste o no. ¡No hay que matar al mensajero!”, indicó Chaparro.
En guardia por los derechos de autor
Otros especialistas opinan que no hay que dejar de lado la defensa de los derechos de autor. Sostienen que los sitios de descarga libre no son modernos ‘justicieros’, sino empresas millonarias que obtienen sus ganancias aprovechando la labor de otros y escondiéndose detrás del cartel de una gratuidad imaginaria. Por ejemplo, Marcelo Altmark, docente de Comercialización de Medios de la Universidad de Buenos Aires opinó: “La verdad es que no es justo que permitan bajar ‘gratuitamente’, porque lo de ‘gratis’ es un eufemismo. La verdad es que lucran a partir de su ingreso. Hay que buscarle entonces un cauce legal”.
No obstante, el progreso dicta sus reglas. Y los adversarios del libre intercambio de archivos reconocen que la constante evolución de la red hace muy difícil legislar sobre la materia. La tecnología va un paso adelante: mientras se prepara una norma, ya existe una herramienta que contrarresta su posible efecto.
Hoy en día son numerosos los actores que no ocultan su deseo de controlar un ciberespacio donde están en juego muchísimo dinero y numerosos intereses. Pero por ahora cualquier intento de ponerlo en cauces legales parece una lucha contra los molinos de viento, aunque sean virtuales.