La violencia es sinónimo de América Latina. Brasil, no es ajeno al fenómeno. El crecimiento económico no sirvió para aplacar un problema social de real magnitud.
La tasa de homicidios de Brasil sigue siendo alta: 26,2 cada 100.000 habitantes. En consecuencia, la investigación del Instituto Sangari que fue presentada a la prensa por el sociólogo Julio Jacobo Waiselfisz, su director de investigaciones, reflejó un hecho concreto: el 79% de la población tiene «mucho miedo» de ser asesinado.
El histórico de los últimos 30 años, según información del Ministerio de Salud, el total de homicidios pasó de 13.910 en 1980 a 49.932 en 2010, un aumento de 259%equivalente a un crecimiento de 4,4% por año. Un millón de personas fueron asesinadas en los tres decenios.
El crecimiento poblacional no es excusa. El número de habitantes, en el mismo lapso, aumentó 60,3 por ciento.
La estabilidad de las políticas macroeconómicas sirvió para frenar un poco la tendencia. Entre 2003 y 2010, hubo un decrecimiento de 1,4% pero con oscilaciones según cada año.
Este dato positivo fue gracias a las políticas de desarmamento junto con otras políticas contra la violencia estaduales y municipales que funcionaron.
Sin embargo, para Waiselfisz del Instituto Sangari, no fueron suficientes. «No es el arma la que mata si no el hombre. Hay que romper la idea de que el arma mata por sí misma. La violencia cultural es un patrimonio de América Latina. De los 10 países más violentos del mundo, 7 son de la región. Hay una falta de respeto histórico por la vida», concluyó.
De allí que más de la mitad de los crímenes son de proximidad, de cultura. Esto es, vecinos, gente de la zona que empuña un arma para matar a otro. Un 25% se trata de crímenes profesionales, verdaderos delincuentes que matan para robar o comprar droga.
El problema es que los homicidios de proximidad son más difíciles de combatir. «El único camino es la inversión en educación, que es a largo plazo», afirmó el sociólogo. Hay una realidad incontrastable: el 20% de los jóvenes de entre 15 y 24 años no estudian ni trabajan. Para Waiselfisz s un «ejército» de 3,5 millones de personas susceptible de caer en el delito. En ellos está el desafío en Brasil.
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