Su nombre era Roman Opałka, y trató de contar más allá de donde ningún hombre había llegado nunca: hasta el infinito.
De padres polacos, Roman nació en Francia, en 1931, para volver cuando apenas contaba con cuatro años a Polonia. Durante la II Guerra Mundial, la familia al completo fue deportada por los nazis a Alemania. No sería hasta seis años más tarde, tras ser liberados por el ejército estadounidense, cuando podrían volver a su país.
Mucho tiempo después, a los 34 años, cuando esperaba a su primera mujer en la estación de tren de Varsovia, le llegó la inspiración para, como él mismo afirmó, “tomar la decisión más valiente de mi vida, la de registrar el paso del tiempo”.
Desde aquel momento, Roman Opałka dedicó todos sus esfuerzos a realizar el mayor ejemplo conocido de perseverancia y obstinación en el arte: escribir números hasta el fin de su vida.
Comenzó en 1965, escribiendo en un lienzo de 196 x 135 cm, el tamaño de la puerta de su estudio. Las medidas de este “detalle”, como el propio artista los llamaba, serían las mismas del primero hasta el último de sus trabajos. El título del magno proyecto, con el que bautizaría el comienzo de cada nuevo lienzo, era: “1965 / 1 – ∞”.
Escribió sus primeros ‘detalles’ en blanco sobre negro, a un promedio de 380 cifras por día.
A los tres años de haber comenzado, decidió cambiar su estilo; ahora pintaría sobre fondo gris, para privarle de cualquier sentido emocional o metafórico. Introdujo un micrófono en su estudio, que grababa la monótona voz del artista contando cada número que plasmaba en la tela.
También comenzó a fotografiarse delante de sus lienzos tras cada jornada de trabajo, para registrar (de otra nueva forma) el paso del tiempo en las arrugas de su rostro y las canas del cabello.
En 1972, tras siete años de esfuerzo, Opałka vuelve a dar un giro en su trayectoria.
A partir de esta fecha aclararía el monótono fondo gris un 1% cada vez. Su nueva meta, que al llegar al número 7.777.777 se encontrara escribiendo en blanco sobre blanco. El reconocimiento final de la limitación del ser humano en su empeño por conquistar el infinito.
En 2004 contaba cinco millones y medio. Su trabajo le había valido ya el prestigio internacional. El tiempo plasmado en cantidad de lienzos con tamaño de puerta habían recorrido exposiciones en Nueva York, París, Venecia, Sao Paulo o Kassel (Alemania). Acumulaba multitud de galardones a su esfuerzo, aunque quizá el más importante fue el título honorífico de Commander of the Ordre des Arts et des Lettres en su país natal, Francia, donde volvió para quedarse en 1977.
El 6 de agosto de 2011 dejó de contar para siempre. Terminó sus días en un hospital de Roma, donde pasaba sus vacaciones.
Su último número, el de su muerte, quedó muy lejos del objetivo previsto: 5.607.249. Fue el fin del inmenso registro de apretadas cifras plasmadas en pintura acrílica blanca que conformó 45 años de su vida.