Como encontrase con espiritus del más allá

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Como encontrase con espiritus del más allá

El Juego de La Copa

Hace pocos días, mientras nos tomábamos unos mates, un amigo mío me contó sobre un conocido suyo y su respectiva novia, que estuvieron incursionando en el juego de la copa y ahora, presuntamente, tienen un fantasma habitando su casa.

El perro que tienen de mascota se queda ladrando hacia una dirección fija. Durante una noche, estando acostado, el muchacho sintió como que alguien le tocaba el pie.

En otro momento, el volumen de la radio subía y bajaba. Y así siguiendo…

Mi amigo, que no es ni muy creyente ni muy escéptico, concluía: «…y yo sé que él a mi no me va a mentir». Claro, mi respuesta fue que en este caso no hay por qué dudar de la honestidad de nadie. Pero una cosa es que alguien sienta que le tocan el pie, y otra cosa es que haya sido un fantasma. Del mismo modo que un niño, si ve una luz en el cielo durante Navidad, por sugestión se convencerá enseguida de que se trata del trineo de Papá Noel. Pero no hay por qué acusar al chico de mentiroso; puede ser perfectamente cierto que haya visto una luz en el cielo. Sin embargo, que el niño diga la verdad no implica que esté interpretando correctamente lo que sucedió.

Tratando de que mi amigo se quedara un poco más tranquilo, le conté qué haría yo (con tsunamis de escepticismo corriéndome por las venas) si alguien pensara que hay un fantasma en mi casa, o en el caso de jugar al juego de la copa, o la ouija, o cualquier cosa similar. Pues bien, de eso trata el presente artículo…

Pero antes, tres aclaraciones. En primer lugar, no es malo estar dispuesto para creer en fantasmas, o extraterrestres, o dioses, o lo que sea. Tener la mente abierta es una virtud de pies a cabeza. Lo que está mal es lanzarse a creer en esas cosas (o cualquier otra) por simple impulso, sin ningún análisis crítico y racional. En segundo lugar, a los efectos de este artículo da lo mismo que se trate de fantasmas, extraterrestres, dioses, espíritus o seres de cualquier tipo. Por eso a ese ser misterioso lo llamaré de forma genérica «Ente». Y en tercer lugar, no hay por qué tener miedo. Principalmente porque todo indica que los espíritus no existen. Y los extraterrestres, si existen, probablemente no saben de nuestra existencia, del mismo modo que nosotros no sabemos de la suya. Y aún si lo saben, es dudoso que se quieran comunicar conmigo o con usted; no somos tan importantes para el Universo.

Pero suponiendo que llegado un día me dé cuenta de que los fantasmas (por ejemplo) sí son reales, ¿por qué debería temerles? Imagine que usted se acaba de morir, se da cuenta de que ahora es un fantasma, y le quiere decir algo a un ser querido que todavía está vivo. Entonces va a su casa, intenta comunicarse, y él o ella huye espantado. ¿Cómo se sentiría usted? O imagnínese que usted, el fantasma de un argentino de clase media, mientras pulula por cierto edificio público es testigo de cierta corrupción gravísima en el gobierno. Entonces intenta comunicárselo urgentemente a alguien para que haga algo al respecto… pero ellos le tienen más miedo a usted que a los políticos corruptos. Y así podemos seguir interminablemente jugando con la imaginación. Claro que efectivamente podría tratararse del fantasma de una persona mala con intenciones de hacer daño, pero con ese mismo criterio también tendríamos que tenerle miedo a todas las personas vivas que desconociéramos. ¡En definitiva, lo estamos discriminando por su condición de fantasma; es «fantasmofobia»!

Parece ser que cuando uno muere, pierde instantáneamente todos sus conocimientos adquiridos de informática, y no puede volver a adquirirlos. A los espíritus, ángeles, demonios y extraterrestres también les resulta imposible aprender acerca de esto. Porque todos ellos supuestamente pueden mover y manipular objetos, y están interesados en comunicarse con nosotros, pero no pueden presionar un teclado o hacer click con un mouse para utilizar un editor de textos, enviar un email o tener un perfil de Facebook.

Habiendo aclarado bien todo esto, ahora sí, supongamos por ejemplo que estamos jugando al juego de la copa y le pedimos al Ente una cierta señal de confirmación de su presencia. De repente, se cae un libro de un estante, o suenan las persianas, o el perro se pone a ladrar, o pasa una luz por cierto lugar.

¿Cómo sabemos que no es fruto del azar? La mayoría de las personas ni siquiera se cuestionarían esto, darían por sentado que es obra del Ente. Pero para alguien un poco más racional, esta sería la primer pregunta en hacerse. Se puede solucionar muy fácilmente, pidiéndole al Ente que repita la señal en momentos concretos. Y debe ser la misma señal, no otra. Si le pedimos que haga un ruido con la persiana y en lugar de eso se enciende la radio, eso no cuenta, no es suficiente para descartar la casualidad. Sin embargo, claro, a lo mejor el Ente por alguna razón no puede hacer lo que le pedimos, pero sí encender y apagar la radio (o cualquier otra cosa). Entonces hay que pasar a pedirle que repita cualquier señal que pueda hacer, en momentos concretos.

Cuantas más veces lo repita en el momento justo, más convincente será. Si lo hace fuera de tiempo, o si hace algo diferente de lo pedido, no cuenta, hay que volver a intentar. Aunque claro, en realidad lo que cuenta no es la cantidad a secas sino el porcentaje de éxitos. Si acierta 10 veces en el momento justo, no es lo mismo que sean 10 veces sobre un total de 500, que sobre un total de 10.

Por otra parte, cuantas más señales distintas pueda realizar, mejor, así más rica y eficiente podrá ser la comunicación. Por ejemplo, un cierto sonido contra una puerta puede indicar un «sí», otro sonido un «no», otro distinto un cierto número, y así siguiendo.

Cuantas menos señales distintas se tengan, más habrá que ingeniárselas. En última instancia, si sólo puede hacer una señal, se podría comunicar en código binario y transmitir letra por letra en códico ASCII. Si no puede realizar ninguna señal, pero por ejemplo un perro puede verlo y ladrarle, entonces «moverse a la cocina» (y notarlo porque el perro ahora ladra hacia ese lugar) podría significar un «sí», moverse hacia el living podría ser un «no», y así siguiendo. Es sencillamente una cuestión de creatividad. Una manera bastante cómoda de comunicarse sería la tabla de la ouija, ya que tiene suficientes opciones. Pero en cualquier caso, más allá del método que uno elija, lo primero que uno debería hacer es cerciorarse de que funciona.

Ésta primera etapa es la que más trabajo costará. Pero aún así, si tenemos éxito y logramos confirmar que cierta señal se repite inequívocamente en los momentos precisos, seguramente algunos comenzarán a asustarse. Sin embargo, si vamos a defender el discurso de que «debemos tener la mente abierta», entonces para no caer en un doble discurso también debemos «dejar la mente abierta» a la posibilidad de que haya algún bromista en la sala, o incluso algún estafador profesional que se gane la vida con eso. Habiendo descartado entonces el factor «azar», ahora es tiempo de descartar el factor «bromista pesado o estafador».

Esto es muy sencillo: deben hacerse preguntas al Ente cuya respuesta conozca sólamente uno mismo. Preferentemente no preguntas personales, ya que las respuestas pueden inducirse por una técnica llamada lectura en frío, muy utilizada por estafadores. Tampoco preguntas cuya respuesta pueda ser interpretada ambiguamente, o que sólo se puedan confirmar dentro de un largo tiempo. Es más astuto escribir una frase o un número en un papel (cuanto más largos, mejor), y depositarlo en un lugar donde ninguno de los presentes lo pueda leer. Luego, pedirle al Ente que repita el contenido del papel.

¡Pero atención! no alcanza con que una sóla persona lo haga, porque esa misma persona podría ser precisamente el bromista o estafador encubierto. Por lo tanto es necesario que todas las personas se turnen. Incluso podría darse el caso de que todas las personas presentes (a excepción de uno mismo) fueran cómplices del engaño, y por eso tampoco es suficiente con que dos o tres lo hagan; es necesario que uno mismo también tenga el turno de realizar el experimento por su propia cuenta, tomando todas las precauciones necesarias para que nadie pueda espiar.

El Oráculo

Sin embargo, probablemente el Ente responderá que no puede hacer eso, o que no desea hacerlo (porque precisamente, no es un truco que el estafador pueda realizar). Por eso es necesario proceder con cierto ingenio para comprometerlo de antemano. Por ejemplo, se le puede preguntar primero si puede visualizar a las personas presentes y la habitación que los rodea.

La respuesta seguramente será que sí (porque el estafador puede verla). Luego uno pregunta de qué color es cierto libro, o cierto lápiz… cosas sencillas que todos los presentes puedan ver, y que el estafador confiadamente pueda responder. Recién entonces se puede decir, por sorpresa: «Bien. Entonces el Ente también podrá ver el contenido del papel si lo dejo en este rincón»… y ahí el estafador quedará acorralado.

Existe una última posibilidad, y es que uno se esté engañando a sí mismo. Al saber lo que dice el papel, tal vez uno esté manipulando la tabla de la ouija (o el mecanismo que sea) involuntariamente hacia el resultado correcto, incluso en la ausencia de un estafador.

Es lo que se llama efecto ideomotor. Pero no hay problema, esto también se puede resolver muy sencillamente preguntándole al Ente algo que con toda certeza nadie en la habitación pueda saber, ni siquiera uno mismo, y que luego inmediatamente se pueda contrastar fácilmente.

Por ejemplo, se puede abrir un libro en una página al azar, dejarlo en un lugar fuera de la vista de todos, sin leerlo ni siquiera uno mismo, y solicitar al Ente que repita lo que dice dicha página. Pero el experimento hay que pensarlo con inteligencia; no deben elegirse preguntas que la gente sea capaz de adivinar. Por ejemplo, si usted elije un lápiz con los ojos cerrados y pregunta de qué color es, aunque nadie sepa qué lapiz fue el elegido, tal vez alguien sí sepa cuáles lápices había para elegir, y pueda intentar adivinar.

Otro truco, si uno está utilizando la tabla de la ouija, es cambiar las letras de lugar y taparlas con papelitos enumerados. De esa manera, el fantasma sabrá en qué posición se encuentran pero las personas no, y por lo tanto no pueden influir ni hacer trampa en el resultado. Para descifrar el mensaje se va tomando nota de los números que van saliendo, y por último se dan vuelta las letras.

En conclusion, lo primero que debe hacerse es establecer un protocolo de comunicación y descartar el factor casualidad. Luego, mediante preguntas bien pensadas, descartar el factor «bromista o estafador» y también el auto-engaño. Si estos pasos se pasan por alto (como siempre se hace), entonces todo lo que siga a continuación no tiene ningún peso y es pura superstición sin fundamento.

Pero si a pesar de todo esto la comunicación tuviera éxito, entonces sí estamos listos para entablar una profunda e interesantísima conversación con el Ente. Sin embargo, habiendo aplicado todos estos filtros de criterio racional, sospecho fuertemente que el fantasma, espíritu o extraterrestre se sentirá ofendido y se quedará callado por alguna extraña y misteriosa razón.